viernes, 8 de junio de 2007

El Manuscrito del Viejo Ed IV

Cuarta entrega de El Manuscrito del Viejo Ed.
Sé que lo he dicho muchas veces pero estoy disfrutando como un enano leyendo mis historias y colgándolas aquí.
Ah, a ver si alguien adivina de qué libro es la entrada de este capítulo.


Por mí se va a la ciudad doliente;
por mí se va al eterno dolor;
por mí se va hacia la raza condenada.
La justicia animó a mi sublime arquitecto:
Me hizo la Divina potestad, la Suprema sabiduría
y el Amor primero.


Extracto del periódico de fecha 4 de marzo de 1.964.
En la noche de ayer sábado resultó muerto en extrañas circunstancias el anciano Señor Etreros que se encontraba paseando por la calle del Enebro. Los hechos resultan extraños a la policía después del informe forense en el que se establece que el difunto se desangró a causa de unos cortes en el cuello. Según fuentes fidedignas no se descarta la posibilidad de que el Sr. Etreros fuera asesinado por lo que las fuerzas del orden público no han dado más información a la prensa. El entierro se realizará en la tarde del domingo a las seis. Descanse en paz.


- Vámonos. Todavía hay tiempo- Ana no paraba de temblar. - ¿Por qué no se lo decimos a alguien?. Tal vez podrían ayudarnos.
- Sí, por supuesto,- dijo Miguel. – Señor, creemos que a la vieja biblioteca acude de vez en cuando un vampiro que no es otro que el antiguo bibliotecario. Por favor.
Juan Miró a Ana y apretó sus manos. – Escucha, si esa historia es cierta el viejo Ed ha matado a cientos de personas y seguirá así hasta que le paren.
- Pero… ¿por qué nosotros?.
- Nadie puede contestarte esa pregunta- dijo Miguel. – Además, no creo que exista ningún vampiro.
- Si la historia es cierta, - dijo María, - ya debe saber que estamos por aquí. Acordaos del libro que colocó en su sitio. Nosotros no estamos a salvo. Cualquiera de nosotros o de nuestros amigos puede amanecer muerto. Lo que no entiendo es cómo es posible que unas veces un vampiro transforme en otro de su especia a la persona que muerde y otras simplemente lo mate.
- En el manuscrito del viejo Ed dice que le mordieron dos noches- apuntó Juan. – Quizá esa sea la diferencia aunque espero no conocerla nunca.


Se hizo un profundo silencio entre los chicos después de que Juan dijera esa última frase. Entonces Miguel se fijó en una bolsa que llevaba Ana. - ¿Es eso lo que habéis traído?.
La muchacha contestó con un gesto de asentimiento mientras empezó a sacar uno por uno todo lo que tenía.- Esto son cuatro crucifijos. Probablemente es la protección más fidedigna. Ed lo menciona en su diario.
- También hemos traído este frasquito- dijo Juan ayudando a la chica a vaciar la bolsa- Contiene agua bendita. Espero que funcione.
- Por último- agregó la muchacha- unas ristras de ajos. No sé vosotros pero yo pienso llevarlos encima todo el tiempo.
Los cuatro amigos estaban en el piso inferior de la biblioteca y todavía se podía ver el sol por la ventana. María y Miguel habían encontrado en un periódico de 1.964 la crónica de la muerte de la víctima del viejo Ed. Mientras, Ana y Juan habían buscado toda la protección posible contra el vampiro.
- Debe haber sido terrible para él- dijo Ana- Imaginad: un simple bibliotecario que se ve en la necesidad de matar para seguir vivienda y dejar de lado toda su fe y sus creencias.
- Tienes razón- Juan miró dulcemente a Ana. – Sin embargo es posible que todos sus sentimientos hayan desaparecido por el paso del tiempo con cada muerte. -
No os compadezcáis de él.- Interrumpió Miguel.- Si de verdad existe es un engendro demoníaco, ni siquiera es un ser humano. No sintáis pena por él o no viviréis para contarlo.
- Creo que es hora de terminar la lectura del manuscrito- dijo María al tiempo que se dirigía a las escaleras.
Cuando los cuatro estuvieron en el piso superior vieron todo tal y como lo habían dejado. Se pusieron manos a la obra y vaciaron la estantería que ocultaba la otra habitación. Miguel abrió la puerta. Encendió la luz. Juan se acercó a la ventana , buscó el doble fondo y cuando lo encontró apartó el trozo de madera que había roto el día anterior. - Aquí está- Dijo con el libro en las manos. - ¿Por dónde iba?. Sí. Lo último que leí fue el día cuatro. Bien. Pues allá va:
5 de febrero de 1.964, martes. Cuando desperté todavía se podía ver el reflejo de los rayos de sol. Yo no volvería a ver nada a la luz del día. Mientras me compadecía de mí mismo recordé que tenía que buscar un sitio seguro para dormir. Era peligroso estar en la biblioteca. Se me vino a la memoria el cementerio. Es el lugar adecuado par aun muerto. No tardé más de quince minutos en llegar. Si hubiera estado en ese sitio una semana antes estaría temblando de miedo. Ahora no sentía nada. Me dirigí al centro donde está la estatua de un ángel arrodillado. La miré. ¿Qué dirían los hombres si me viesen ahora?. Soy más fuerte que una persona normal. Mis sentidos se han desarrollado en muchas facetas. Pero, si existo yo, ¿no existen también los ángeles?... ¿No existe Dios?. Cerca de la estatua había una cripta. Parecía bastante vieja y me costó abrir la puerta. Cuando entré noté un olor nauseabundo que lejos de repugnarme me agradó. Miré alrededor. Tres ataúdes eran los huéspedes de esta casa del más allá. Esta casa… a partir de entonces esa cripta sería mi hogar. Mi hogar. Apartado de los vivos.


- Aquí termina el manuscrito.- Juan miró a sus amigos.
- ¿Vivirá todavía el viejo Ed en el cementerio?- Preguntó Ana.
- Es probable, pero eso ahora es lo que menos me preocupa. Mirad por la ventana. El sol acaba de ponerse.
- No debemos quedarnos aquí. Será mejor bajar.- Dijo María.- Estaremos más seguros.
- Mucho me temo que no. – Miguel se acercó a la muchacha. – Si de verdad existe ese vampiro da igual que estemos arriba o abajo. Lo único que podemos hacer es permanecer juntos y confiar en que todo esto nos proteja-. El chico cogió un crucifijo y se echó a los hombros una ristra de ajos.
- Debemos decidir lo que vamos a hacer- dijo Juan.- El viejo Ed parece que siente predilección por este piso. Ahora bien, si nos quedamos aquí la única salida será por las escaleras. Creo que deberíamos quedarnos y hacer varias guardias.
- Me parece bien. – Ana apretó contra su pecho el crucifijo que acababa de coger. – Me gustaría hacer la primera guardia.
- De acuerdo- dijo la otra chica. – A la menor sospecha o el mínimo ruido despierta a los demás.
- Perfecto. Dentro de una hora despierta a María, luego tú a mí y yo a Juan. ¿Está bien?.


Ana asintió con un ligero ademán. Miró el reloj. Eran las nueve y diez. Se sentó apoyándose lo mejor que pudo en la pared, ayudada por un cojín que había llevado. Intentó relajarse sin mucho éxito. Sacó un libro de bolsillo que estaba leyendo pero no pudo empezar la lectura pues los pensamientos no la dejaban en paz. Estamos esperando a un vampiro, se decía. Qué locura. Intentó reírse pero no pudo. Al pasar una página del libro sintió que le sudaba la mano. Empezó a leer: “Amanecía y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar en calma. A lo lejos se veía un pesquero cuando, de pronto, rasgó el aire la voz que llamaba a la comida”. Paró de leer y se quedó quieta intentando escuchar lo que se moviese cerca de ella. Miró al techo y se fijó en la lámpara que iluminaba la habitación. Durante un buen rato se detuvo a estudiar con detenimiento las sombras que esa débil luz, apenas lo suficientemente fuerte para leer, producía en los muebles de la habitación. Los otros tres chicos estaban dormidos. Miguel parecía estar tenso. María parecía intranquila. Juan, por el contrario, era el que estaba más relajado. Qué curioso. Ana miró a su reloj. Las diez. Tan solo tenía que esperar unos minutos y se podría dormir. Bajó la vista y continuó leyendo. “Dos gaviotas aparecieron. Su resplandor era suave y amistoso en el cielo azul”. La muchacha se detuvo bruscamente. Había oído un ruido en la ventana. Estaba paralizada por el miedo. Luchando contra el pánico que la atenazaba los músculos consiguió erguirse y se acercó a la ventana. Sostuvo tan fuerte como pudo la ristra de ajos con la mano izquierda mientras con la derecha blandía el crucifijo. Miró hacia fuera. Todo era oscuridad. Entonces se le ocurrió una idea. Colocó la ristra de ajos alrededor de la ventana para que si a ese ser se le ocurría entrar se llevase un buen escarmiento. Miró de nuevo su reloj. Las diez y cuarto. La hora de dar el relevo.

2 comentarios:

H dijo...

“Por mí se va a la ciudad doliente,
por mí se va al eterno dolor,
por mí se va con la perdida gente
Fue la justicia quien movió a mi autor.
El divino poder se unió al crearme
con el sumo saber y el primo amor.
En edad sólo puede aventajarme
lo eterno más eternamente duro.
Perded toda esperanza al traspasarme”.
Dante

Silverado dijo...

Pues vaya. Y yo que pensaba que estaba difícil!!
Me leí la divina comedia cuando tenía 13 ó 14 años. Recuerdo que no pude despegarme del libro hasta que lo terminé.