viernes, 31 de agosto de 2007

El Punto de No retorno (y no es un relato erótico)

Anoche estuve con una amiga. Primero estuvimos dando un "pequeño" paseo y luego fuimos a cenar. El caso es que nunca he sido muy amigo de los móviles y cuando voy a estar con alguien no suelo llevarlo encima. Reconozco que cuando estoy hablando con una persona y de pronto el móvil suena y se pone a hablar por teléfono me siento estúpido. No le veo el sentido a estar ahí parado, siendo testigo furtivo de una conversación personal sin poder ir a ningún sitio y poniendo cara de "qué divertido, qué entretenido, qué bien me lo estoy pasando".
Todo esto viene porque anoche al volver a casa cogí el teléfono y vi 6 llamadas perdidas y otros tantos mensajes. En ese momento es cuando tienes que decidir. El punto de no retorno. En un lado de la balanza se encuentra la responsabilidad. "No llames. Si lo haces seguro que pasa algo y tú mañana tienes que trabajar. Además, te lo has pasado muy bien. Por hoy ya vale". En el otro lado "Venga, llama, no sabes si están saliendo y además mañana es viernes". Como no puede ser de otra manera, me vi obligado a llamar.
-Alfonso., ¿qué tal?
-Ey, vente.
-¿Quiénes estáis? ¿Dónde?.
-Hemos decidido dar una cena de despedida a Paloma. Estamos en *** y vamos a un tablao flamenco en ****.
- Ufff, bueno, venga, una copa y me voy.
Como se puede apreciar soy difícil de convencer. Cuando llegué al tablao (no se admiten preguntas de por qué se les ocurrió ir al tablao) me encontré con cuatro amigos con una camiseta que hicimos el año pasado cuando se casó una amiga nuestra en la que delante ponía "Vero se casa" y detrás ¿Qué hemos hecho mal? En este caso habían tachado con rotulador el nombre de "Vero" y habían escrito "Paloma". Sí... no se puede ser más cutre, pero al mismo tiempo es sencillamente genial. No podía evitar morirme de risa al verlo.
Por supuesto, dado el estado etílico de mis amigos y de Paloma no nos dejaron pasar y nos fuimos al bar de al lado. Primero una copa y luego otra (esta es la última que mañana madrugo). Después aparecieron tres amigas más. Otra copa. Y así hasta las tantas de la madrugada. Consecuencia: una resaca de esas en las que parece que todos los que tocan los bongós, djembés y demás tambores en el Retiro han decidido instalarse en tu cerebro y no parar hasta que las manos se les queden en los huesos.
Y por supuesto según he llegado a mi sitio me estaba esperando un director con el primer "asunto urgente" del día: un contrato de nosécuántapasta que tiene que estar preparado a las 12:00 am. Y yo con estos pelos. Aquí estoy, escribiendo esto porque no puedo ni pensar en el esfuerzo que va a suponer concentrarme y dejar de escuchar a los tambores del Retiro.

Las consecuencias se pagan....

lunes, 27 de agosto de 2007

Realidad y Ficción

De vez en cuando ocurre una casualidad que hace que esboce una sonrisa. Otras veces esas casualidades son tan extrañas que en vez de una sonrisa el gesto que provocan es de extrañeza o suspicacia. Después de ver el Show de Truman, esa peli en la que la vida de una persona es un programa de televisión sin que él lo sepa, pienso que esas coincidencias simplemente son fruto de la escasa imaginación del guionista de mi vida. Prueba de esa escasa imaginación es que hay películas que se repiten en la vida real. Este fin de semana apareció una curiosa noticia en el periódico. "Constable estaba dentro de Turner": Un ayudante de bibliotecario de la Bliblioteca Británica encontró a principios de año un boceto original de Constable en una vieja biografía de Turner. Una vez que se aseguró que era auténtico lo ha hecho público.


Pues bien, ese es el mismo argumento de una película. Se llama "Possession". Un norteamericano en prácticas encuentra correspondencia amorosa inédita entre un poeta (casado) con una poetisa.

A lo mejor es normal que esta historia se repita y que sea corriente que un bibliotecario realice un descubrimiento como ese. Hace que la profesión de bibliotecario parezca tan interesante como la de un profesor de historia que se dedica a encontrar reliquias (Va por ti, Indi).


Para quien no haya visto la película de Possession se la recomiendo. Como siempre, en versión original.

miércoles, 22 de agosto de 2007

La Luna

Ayer pasé una tarde estupenda con una gran amiga. No hace falta mucho para ser feliz. Una película con palomitas, tomar unas tapas con sidra y una conversación divertida e interesante.
Entre otras cosas nos dio por hablar de las horas de luz en los diferentes países. De ahí derivamos al calendario solar y el siguiente paso fue el calendario lunar. Después ella comentó la influencia que tiene la luna sobre las mujeres y sobre la libido (y yo que creía que la luna lo único que provocaba eran las mareas). El caso es que me vino a la cabeza como un rayo un poema de José Somoza:


La luna mientras duermes te acompaña,
tiende su luz por tu cabeza y frente,
va del semblante al cuello, y lentamente
cumbres y valles de tu seno baña.

Yo, Lesbia, que al umbral de tu cabaña
hoy velo, lloro y ruego inútilmente,
el curso de la luna refulgente,
dichoso he de seguir o amor me engaña.

He de entrar cual la luna en tu aposento,
cual ella al lecho en que tu faz reposa,
y cual ella a tus labios acercarme.

Cual ella respirar tu dulce aliento,
y cual el disco de la casta diosa,
puro, trémulo, mudo, retirarme.


Este poema siempre me ha parecido muy sensual. En el primer cuarteto, en el verso tercero hay un encabalgamiento bastante acertado. Por lo demás, el vocativo del primer verso del segundo cuarteto (toma ya), siempre me ha intrigado. Lesbia en el diccionario tiene 3 entradas. Natural de Lesbos, perteneciente a esa isla o perteneciente o relativo al lesbianismo. Dado que está en mayúsculas yo me inclino por un nombre de amada imaginaria, pero que cada cual haga su interpretación.
PD: Ya sé, ya sé. El último verso, o mejor, la última palabra del último verso es complicada de digerir.

viernes, 17 de agosto de 2007

Una carrera ciclista

En la oficina hay un director que tiene toda mi admiración. Se llama Manuel. Padece Parkinson y tiene 40 años. Le conocí en el verano de 2005, cuando entré a trabajar en esta empresa y en seguida noté que tenía un problema motriz. No caminaba bien, no era capaz de coger ni un papel con las manos y su cara era inexpresiva.

Durante dos años he observado su deterioro constante. Cuando le conocí apenas faltaba un día cada dos meses, ahora hay temporadas en las que apenas viene dos días al mes a la oficina. En una ocasión me comentó que el peor momento era levantarse por las mañanas. A veces se despierta sin recordar que tiene Parkinson y cuando intenta levantarse el cuerpo no le responde. Hasta que la medicación le hace efecto no puede valerse por sí mismo.

A principios de año decidió que era hora de que la gente supiera lo que le pasaba sin que hubiera necesidad de andar preguntándole al compañero de al lado. Colgó un artículo en la intraweb de la empresa. Como es muy aficionado al deporte hizo una metáfora con el ciclismo. Decía que todas las vidas son una carrera y que la suya es una carrera corta que termina en lo alto de la montaña. Me pareció muy hermoso. Es una persona agradable y que trata de hacer lo que le gusta afrontando el obstáculo que se le ha presentado.

Lo que más me sorprende es su dedicación al trabajo. La gente que le conocía antes de la enfermedad dice que siempre ha sido un adicto al trabajo. Pero incluso ahora tiene instalado un puesto de teletrabajo para cuando la enfermedad no le deja ir a la oficina. Tanto es así que fue ascendido en el mes de julio y ahora es el segundo en el escalafón detrás del director general.

Siempre pienso que si estuviera en su situación yo no trabajaría, pero eso es lo que a él le hace seguir disfrutando del día a día y como él dice “la vida es demasiado corta para no hacer lo que uno quiere”.

Desde aquí, un abrazo enorme.

sábado, 11 de agosto de 2007

Estrellas de última hora

Hoy he visto en "El Pais" la noticia sobre la lluvia de estrellas. Os pongo el principio de la noticia:
"Aunque ya se pueden ver espectaculares estrellas fugaces en pequeño número todas las noches, el máximo de las Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo se dará en la madrugada del lunes próximo. La ausencia de luna contribuirá a este espectáculo que se repite todos los años, cuando la Tierra atraviesa el polvo dejado por el cometa Swift-Tuttle, descubierto en 1.862 y que da una vuelta al Sol cada 130 años. Las partículas brillan al entrar en la atmósfera terrestre y quemarse".
Mi consejo es que aprovechéis hoy y mañana que no va a haber nubes. Anoche me subí a la azotea de la casa de caraquiz y estuve media hora mirando al cielo (eran las dos de la madrugada) y ya pude ver varias estrellas fugaces.
Ah, y por supuesto, nada de prismáticos.

viernes, 10 de agosto de 2007

Mirad arriba que caen... estrellas


Hace 15 años un primo mío que era aficionado a la astronomía me regaló un planisferio celeste. Así fue cómo poco a poco empecé a conocer las constelaciones. Primero las más sencillas de reconocer, las dos "osas". Luego conocí al "boyero" (aunque yo la llamo "la cometa") y la "corona boreal". Más tarde encontré a "pegaso", "sagitario", "escorpio" y muchas más.



Parte de esa afición es ver de vez en cuando estrellas fugaces y la mejor oportunidad para hacerlo es en agosto. Cada año (11 y 12 de agosto) la tierra atraviesa el polvo cósmico dejado por un cometa. Es probable que aparezca en las noticias como "Perseidas" porque teóricamente se ven mejor en el cuadrante de la constelación de Perseo.



Para quien quiera disfrutar de estas dos noches le doy unos consejos: El primero, huir de la luz. Hay que evitar la contaminación lumínica como sea. Cuanta más luz tengas a tu alrededor menos cielo verás y menos estrellas. El segundo consejo es paciencia. Ha habido años en los que durante una hora no vi una sola estrella fugaz y de pronto en media hora pude ver más de 50. Cuando eso ocurre merece la pena. El tercero es que es mejor estar acompañado. La noche de perseidas es una noche mágica y también se producen conversaciones mágicas. Por último, si en las noticias os dicen que tenéis que mirar a la constelación de Perseo no hagáis caso. Lo mejor es relajarse, mirar arriba y disfrutar. De todas formas, por si alguien quiere encontrar Perseo, está al este de casiopea (es muy fácil de reconocer porque está a la derecha de la osa menor, la de la estrella polar, y tiene forma de W).


miércoles, 8 de agosto de 2007

Un rincón del alma

Anoche no podía dormir. Empecé a pensar en muchas cosas y en ninguna en particular. De pronto recordé que dentro de una semana es la “lluvia de estrellas”. Ya sé que también se llaman “perseidas” o “lágrimas de San Lorenzo”, pero prefiero llamarla lluvia de estrellas. El siguiente pensamiento que tuve fue que hace mucho tiempo que en esa fecha no estoy en la playa. Y de pronto un nombre se coló en la oscuridad de mi habitación. Icíar. Dios mío. Hace tanto que no lo escuchaba, tanto tiempo. Ella fue mi primer amor. No hace falta decirlo, pero el primer amor no es la primera persona a la que quieres ni a la que le das el primer beso. Al menos no lo fue en mi caso.

La conocí cuando los dos teníamos 16 años. Era una de las mejores amigas de Marta, la novia de Carlos, mi compañero de clase. Aunque parezca la típica historia, fue amor a primera vista. Desde el primer día nos pasamos horas hablando juntos y bailando. (Con ella aprendí que no puedes llevar a una chica que quieres conquistar a cenar al McDonalds y mucho menos tomar una hamburguesa triple con mayonesa y ketchup chorreando por los bordes). Al poco tiempo yo quería decirla que la quería pero no sabía cómo hacerlo, cómo decir que lo que sentía por ella no se parecía en nada a todo lo que había sentido hasta entonces.

Decidí comprarla un colgante y regalárselo. (Pensad en un chaval de 16 años regalándole un collar a una chica con la que no está saliendo). El caso es que llegó el momento en que estuvimos solos y después de estar charlando un rato se lo regalé. Ella salió corriendo. Literalmente. El tiempo se detuvo para mí. La sangre parecía que no circulaba por mis venas. Sentí frío. Y deseé que mi corazón se rompiera de verdad.

A los pocos días Quedé con Marta y Carlos. También estaba ella con dos amigas suyas. Compuse una máscara que dibujaba una sonrisa donde sólo había lágrimas. Hubo un momento en el que Icíar y yo nos quedamos solos. Yo fui cobarde y ni siquiera la miré a los ojos. No era capaz de hacerlo. Hablé del tiempo que hacía y de cosas insustanciales. Ella no dijo nada y a los cinco minutos volvimos a estar acompañados.

Volví a verla al cabo de unos seis meses. Estaba saliendo con un chico. Esa noche no pude evitar llorar hasta que no me quedaron lágrimas.

Más tarde Marta me contó que el día que le regalé el colgante Icíar no supo cómo reaccionar. Luego me compró un regalo a mí y el día que volvimos a quedar fue porque ella me lo quería dar. Pero no se atrevió a hacerlo.

El azar quiso que una de sus amigas se encontrara al cabo de unos años con un amigo de la playa. Se casaron hace cuatro años. El verano que me dijeron que se casaban, la novia de mi amigo me miró y se quedó callada. Luego dijo:

“¿Sabes que Icíar se casa también este año?”.

¿Cómo es posible que después de más de 12 años todos los sentimientos volvieran de nuevo? Me quedé petrificado. Sin poder hablar. Intentando disimular (siempre intentando disimular). “Se casa con su novio de siempre”.

Nunca la he vuelto a ver, sin embargo siempre me he preguntado si no me dio el regalo que compró porque mi máscara funcionó demasiado bien. Lo único en lo que anoche pude pensar es que espero con toda mi fuerza que ella sea feliz.

No sé por qué me he acordado de esta historia. Es curioso cómo el actúa el corazón. Cualquiera que haya querido de verdad sabe que nunca se quiere igual dos veces. No se quiere menos, sino que se quiere de forma diferente. Yo he vuelto a amar varias veces después de eso (no muchas, dos ó tres) y siempre ha sido distinto. También espero volver a hacerlo.

PD: Esta historia parece más triste de lo que es en realidad. Cada uno somos la suma de lo que hemos vivido, lo que podríamos haber sido, lo que deseamos ser y lo que en realidad somos.

Sol de invierno


Sé que a mucha gente le gusta que en verano refresque y bajen las temperaturas. Sé que a mucha gente le gusta ponerse una rebeca o un jersey por la noche. Yo en cambio no lo soporto. No debería ser así, pero el tiempo influye en mi estado de ánimo. A lo largo de los años he conseguido que no me importe el frío en invierno (he dicho que no me importa, no que lo disfrute). También he conseguido sonreír cuando abro la ventana y veo que llueve. Pero lo que soy incapaz de aceptar es que haga mal tiempo en verano. Hoy ha sido el tercer día que a partir de las 14:00 se ha nublado y no ha vuelto a salir el sol en toda la tarde. Ya sé que puede parecer absurdo, pero al menos en verano necesito el sol y el calor (cuanto más mejor). Yo soy así. De alguna forma siento que el sol me carga de energía para el resto del año.

Así que ya sea Ra, Hiperión, Apolo, Yahvé o el electricista de turno que esté de guardia (según un cura que me suspendió religión en el colegio esto sería un peaso de blasfemia), por favor, que ponga el interruptor en “sol de verano”.

lunes, 6 de agosto de 2007

Mi Ninfa

En el libro de “Poesías escogidas de la lengua castellana” he encontrado un madrigal de “Luis Martín de la Plaza”. Reconozco que nunca había leído nada suyo. Es más, ni siquiera sabía que existiera. Eso es lo bueno de ser un ignorante como yo, que cada día puedo aprender y descubrir cosas nuevas.


Iba cogiendo flores,
y guardando en la falda,
mi ninfa, para hacer una guirnalda;
mas primero las toca
a los rosados labios de su boca,
y les da de su aliento los olores:
y estaba, por su bien, entre una rosa,
una abeja escondida,
su dulce amor hurtando,
y como en la hermosa
flor de los labios se halló, atrevida,
la picó, sacó miel, fuese volando.

domingo, 5 de agosto de 2007

Sorpresas en la estantería

Tengo debilidad por una colección de libros que guardo en Caraquiz. Se llama “100 clásicos universales”. Son ediciones bastante simples, se limitan al texto del libro. Sin introducciones, notas editoriales o notas al pie de página. No sé cuántas veces habré leído cada uno de los libros. El caso es que estoy releyendo “Manon Lescaut” de Prévost y al cogerlo de la estantería encontré “Poesías escogidas de la lengua castellana” de esa colección. No recordaba haberlo leído. Ojándolo en la solapa encontré una nota editorial que me pareció escrita por alguien con verdadero amor por la literatura y la poesía. Desconozco el nombre del autor, pero el editor del libro es Pérez del Hoyo:

“Al publicar el presente volumen, hemos pretendido solamente ofrecer a nuestros lectores un florilegio de composiciones excelentes del estro patrio. Sabemos que en el tesoro poético de nuestro idioma existen composiciones tan buenas o mejores que las encerradas en este librito y acerca de cuyos méritos nunca conseguirán llegar a un acuerdo los críticos. Como no pretendemos serlo, nos hemos abstenido de calificar de mejores las seleccionadas. Nos hemos limitado a escoger cierto número de las que, en nuestra humilde opinión, merecen ser conocidas por unos, recordadas por otros y conservadas amorosamente por todos”.

He descubierto dos palabras nuevas para mí. "Estro", que significa "Inspiración ardiente del poeta o del artista al componer sus obras". Y "florilegio. Me gusta cómo suena. El diccionario de la RAE la describe como "Colección de trozos selectos de materias literarias".
Desde hoy las adopto para mi vocabulario.

jueves, 2 de agosto de 2007

El Club Mildorf VII

¿Cuánto duró el camino hasta la casa? Ni aun ahora soy capaz de establecer la medida del tiempo que pasó. Tan solo sé que era mediodía cuando me marché y que al llegar a la puerta de la casa y entrar en mi habitación ya era de noche y la luna brillaba en el cielo.

Qué estupidez, pensaba. No es posible enamorarse de alguien desconocido. No es posible entregarse sin condiciones a una persona de la que ni siquiera se conoce el nombre.

“-Dígame, señor Norman, —me dijo Jaime Llanos en un tono de voz distinto al que hasta ahora había usado,— ¿ha estado alguna vez enamorado de una mujer?.—

Por primera vez desde que comenzara su relato, el anciano me formulaba una pregunta directa a la que debía responder.

Como ustedes saben estoy felizmente casado desde hace cinco años y esa fue mi respuesta.

—No me contesta usted con una afirmación, Stephen, yo quiero que usted me diga sin dudar que sí. No me importa si está usted casado o no. Desgraciadamente hay en el mundo demasiada gente casada sin saber lo que es el amor. Yo me refiero a un sentimiento puro, sencillo, al amor escrito con mayúsculas. Le vuelvo a preguntar si ha estado usted alguna vez enamorado de una mujer—.

Stephen se detuvo y miró a los miembros del Club Mildorf. De ellos únicamente James Spencer estaba soltero. Cada uno de los demás se encontraba pensando en la pregunta formulada por Jaime Llanos. Algunos bajaron los ojos para no ver la mirada de los demás mientras Stphen continuaba el relato.

—No me avergüenza decir aquí— prosiguió— que no tengo hacia mi mujer ese sentimiento. Al menos no en el grado del que me hablaba el Sr Llanos. No crean que no quiero a Lucy, de hecho esa es la palabra que emplearía para definir nuestra relación. Pero no es amor.

Frank Marchese y Peter Wilcox se retorcieron en sus asientos. No era corriente una demostración tan explícita de los sentimientos en las veladas del Club y no se sentían cómodos ante la situación. No se habían preguntado nunca sobre sus emociones respecto de sus mujeres y aquel no era lugar para hablar de ello.

—Jaime LLanos,— continuó Stephen,— esperó mi respuesta y luego continuó preguntando: —Dígame, señor, ¿cómo cree que se puede querer así?.

Yo no tenía respuesta.

—Perdóneme, —dijo— si le aburro con mi charla, pero para la historia que va a escuchar es preciso que comprenda que a veces, sin que nosotros lo deseemos nuestro corazón deja de ser nuestro. En aquellos días habría matado por estar con esa muchacha. ¿lo entiende usted?. Habría dado mi vida, mi alma, por oír de sus labios una palabra amable.
De esa forma amaba a mi desconocida y por esa pasión ocurrieron los acontecimientos que me trajeron a estas tierras.”

La lluvia había cesado cuando amaneció el siguiente día. Todavía quedaban en la calle charcos que recordaban la constante cadencia del agua al caer. En la noche anterior no había dejado de soñar con la mirada de la muchacha mientras aún se oía el chispear en el tejado. Tenía sus ojos clavados en mi pensamiento y era lo único que veía cuando cerraba los párpados. Recordaba su sonrisa.

La cabeza me daba vueltas y a pesar del nuevo día que se asomaba por mi ventana no tenía ganas de levantarme. No quería permitir a la cotidianeidad que me hiciera olvidar mis emociones. Quería consumirme poco a poco como las velas que prenden olvidadas por la noche. Quería ocupar mi tiempo en dejarme llevar por mis ilusiones.

No obstante cuando habían transcurrido apenas cinco minutos alguien llamó a la puerta. Al principio creí que había sido algún objeto impulsado por el viento. Tan leve había sido el sonido. Luego volvió a repetirse. Esta vez el ruido fue algo más fuerte. ¿Quién, —me preguntaba,— podría ser?. Era pronto para una visita de cortesía y, por otro lado, no me había relacionado con nadie tan estrechamente como para que eso ocurriera. Me vestí todo lo rápido que pude y me compuse lo mejor posible para las circunstancias. La puerta volvió a sonar. Quien fuera el que esperaba en el umbral no tenía prisa, o eso parecía porque sus llamadas no eran de ningún modo insistentes.
Cuando por fin abrí la puerta delante de mí apareció Miguel. Estaba sonriente y tranquilo, con ese aire de no tener preocupaciones sin la menor prisa en iniciar la conversación. Le di los buenos días y me respondió a su vez de la misma forma. Como no se decidía a hablar yo mismo pregunté si ocurría algo.

—No ocurre nada malo, señor. Tampoco nada extraño, señor. Aunque sí puede decirse que de ayer a hoy hay novedades en el pueblo.

De pronto recordé que había hecho a Miguel partícipe de mi curiosidad. —Y bien, ¿has sabido algo?.

—Oh, sí. —Dijo con energía y con la cara llena de satisfacción.

—Tenía usted razón hay gente en el pueblo que no había estado antes. — Parecía que no tenía intención de acelerar la conversación y yo me estaba poniendo nervioso. — ¿De quién se trata, Miguel?.— Pregunté con la esperanza de que contestara sin rodeos.

—Bueno, señor. Verá. Usted tenía razón. Pero sólo en parte. Hay tres señoras, es cierto, pero más bien una de ellas parece una señorita. Al menos es lo que me pareció a mí, señor. Pero además hay también un señor y un caballero que las acompañan. Al parecer están de vacaciones. Son extranjeros y no se relacionan demasiado. Al parecer no hablan muy bien el castellano. No he podido saber mucho más de ellos pero ayer fui a buscarle para decírselo. No le encontré en la fiesta y he venido tan pronto como he podido esta mañana.

No contesté al bueno de Miguel. Estaba pensando en lo que había dicho. Extranjeros. En cuanto a los hombres en cierto modo era lógico pues tres damas no pueden viajar solas fuera de su país. Me alegraba saber de ella pero el hecho de saber que no estaría mucho tiempo en Torreverde me apenaba. Despedí a Miguel y le di las gracias. Terminé de acicalarme y me dispuse a un largo paseo.

Tenía ganas de disfrutar de mi soledad así que decidí ir a la playa. Hacía muchos años que no veía el mar de cerca y esa era una buena ocasión.

Atravesar el pueblo no me llevó mucho tiempo. Luego crucé por la alameda. Era un camino de unos cinco kilómetros de una hermosura arrebatadora. El suelo era de color rojizo claro. A los lados un arco iris formado por las flores más bellas; amapolas, rosas silvestres, margaritas, lilas, y fragantes jazmines. Elevándose majestuosos a los lados del camino, los álamos, siempre verdes, alzaban sus ramas al sol meciendo sus hojas al compás de la brisa. Me dejé abandonar a la magia del paisaje escuchando el ruido de los pájaros y de los animales que de vez en cuando cruzaban el camino.

De pequeño al pasear por los bosques solía buscar con la mirada el movimiento de las flores y permanecía atento a los sonidos de las Dríadas. Creía que si tenía la paciencia y la fortuna suficiente vería una de esas hadas diminutas que viven con los árboles y las plantas. Creía que cuando un rayo de luz perdido reflejara su diminuto rostro podría verlas en un descuido.

Al terminar la alameda me encaminé por una alegre senda a cuyos lados había frondosos manzanos, cerezos, nogales y almendros en flor, de forma que me imaginé que en aquel rincón a pesar de la estación del año bien podía estar nevando y me limité a caminar bajo las ramas sin ni siquiera respirar para no desvanecer el encanto.

De pronto la dirección del aire cambió y sopló del sur. Y el aire del sur me trajo los olores del mar, de la arena, de la sal.

Al llegar a un pequeño alto en el camino divisé la playa. No quedaba más que un pequeño camino escoltado por pequeños arbustos. El suelo tenía una mezcla de tierra roja y amarilla que le daba un aspecto anaranjado. En el cielo, limpio y sin nubes se veían gaviotas revolotear y sumergirse en el agua de vez en cuando. Aún olía a tierra mojada del día anterior.

La arena fina y clara de la playa se pegaba a los zapatos. Me descalcé y caminé con ellos en la mano sintiendo el contacto húmedo del suelo.

El mar estaba en calma. Las olas apenas se elevaban del nivel del agua y rompían sin violencia como si quisieran respetar la tranquilidad depositando su espuma blanca en la orilla en un ir y venir constante y con un murmullo dulce y suave. Mis pasos sordos quedaban grabados detrás de mí como prueba de mi paso.

No había nadie en los alrededores. Tan solo se veía a lo lejos a una chiquilla jugando con una cometa. Volaba a escasa altura del suelo dando bandazos de un lado a otro. Era imposible que consiguiera elevarse con el poco viento que soplaba pero no iba a ser yo quien se lo dijera. Nunca me ha gustado borrar la sonrisa de la cara de un niño.

Al cabo llegaron el hambre y la sed. El sol empezaba a calentar en lo alto y tomé la resolución de emprender el camino de vuelta. Pero no podía regresar sin haber tocado el agua. Me acerqué a la orilla y descalzo como estaba me agaché y con la mano me empapé la nuca y luego la cara bautizándome por segunda vez con el mar de mi juventud.