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lunes, 4 de mayo de 2009

Mayo

Cuando iba a la facultad, recuerdo que la Administración realizó una campaña para incitar a la lectura. Una de las medidas era poner en el metro y en autobús poemas párrafos sueltos de los libros más relevantes de la lengua española.

Uno de esos poemas era este: el Romance del prisionero. Para quien tenga buena memoria, también se estudiaba en clase de Lengua en el libro de Lázaro Carreter.


Romance del prisionero

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Don Juan

Complicado hablar de Don Juan. Siendo el día que es dejaré de lado al Don Juan de tirso, el de Byron o el de Espronceda (sé que hay muchos más pero esos son los que he leído). Como decía, es complicado hablar de Don Juan Tenorio de Zorrilla. Para hacerse una idea, Zorrilla vendió la obra por una cantidad ridícula porque estaba convencido de que sería un absoluto fracaso.

Dejando de lado los ripios evidentes en muchos de los versos dejo aquí dos de las escenas más famosas del Don Juan. La primera de ellas es la aparición de Don Juan y el relato de sus hazañas para ganar la apuesta con Luis Mejía:



En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé, entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
«Aquí está don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él.»
De aquellos días la historia
a relataros renuncio:
remítome a la memoria
que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio.
Las romanas, caprichosas,
las costumbres, licenciosas,
yo, gallardo y calavera:
¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas?
Salí de Roma, por fin,
como os podéis figurar:
con un disfraz harto ruin,
y a lomos de un mal rocín,
pues me querían ahorcar.
Fui al ejército de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos.
Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
«Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él .
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba;
y a cualquier empresa abarca
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.»
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hay escándalo ni engaño
en que no me hallara yo.
Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.


La segunda escena que dejo aquí es la escena del balcón. Probablemente sea la más famosa de la obra y la que más disgustos le dio a su autor. Zorrilla decía que estos versos eran fruto "de la desatinada ocurrencia mía de colocar en tan dramática situación tan floridas décimas" y por eso "resulta que no ha habido ni hay actor que haya acertado ni pueda acertar a decirlas bien". De todas formas, aunque estoy de acuerdo con él... qué diablos, a mí me gustan.



JUAN.- ¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador,
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón, ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
¡Oh! Sí. bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando vida mía,
la esclavitud de tu amor.

INÉS: Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir,
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión,
que oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece,
y se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto,
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti, como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión
o arráncame el corazón,
o ámame, porque te adoro.

JUAN: ¡Alma mía! Esa palabra
cambia de modo mi ser,
que alcanzo que puede hacer
hasta que el Edén se me abra.
No es, doña Inés, Satanás
quien pone este amor en mí:
es Dios, que quiere por ti
ganarme para él quizás

martes, 23 de octubre de 2007

Mosquita muerta

Ayer, mientras ojeaba un descolorido libro de poesía, encontré este poema. En realidad no es nada del otro mundo pero me hizo mucha gracia.

La hija del tabernero.- Angel Lázaro

La hija del tabernero
está sentada a la puerta,
es un sensual avispero
su aire de mosquita muerta.

Porque ella sabe..., ¡Canalla!,
sabe, sí, que cuando paso
voy librando una batalla
con esas piernas de raso.

Yo sé que una noche habrá
en la taberna alboroto,
y un hombre maldecirá
lívido y el pecho roto,
y sé que, al día siguiente,
ella seguirá a la puerta
con su carita inocente
y su aire de mosquita muerta
.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Pereza

Es viernes. Estoy cansado de la semana y hoy no me apetece hacer nada.
Estoy deseando llegar a casa, ponerme una peli y tirarme en el sofá con un bol de palomitas.

Creo que este poema de Bretón de los Herreros viene que ni pintado.



¡Qué dulce es una cama regalada!
¡Qué necio el que madruga con la aurora
aunque las musas digan que enamora
oír cantar a un ave en la alborada!
¡Oh, qué lindo en poltrona dilatada
reposar una hora y otra hora!
Comer, holgar..., ¡qué vida encantadora,
sin ser de nadie y sin pensar en nada!
¡Salve, oh, Pereza! En tu macizo templo
ya, tendido a la larga, me acomodo.
De tus graves alumnos el ejemplo
arrastro, bostezando: y, en tal modo
tu apacible modorra a entrar me empieza,
que no acabo el soneto... de pereza.


lunes, 10 de septiembre de 2007

Tempestad


Un solo trueno vuela
sobre el mar y los pinos,
un movimiento sordo:
un trueno opaco, oscuro,
son los muebles del cielo
que se arrastran.

(versos de tempestad con silencio, de Neruda)

Cinco días de tempestad. Cielo de lienzos negros, noches de pensamientos insomnes. Cinco días. La dama oscura que se llevó al padre de un gran amigo. Tierra en las uñas de tanto escarbar. Presagios inconclusos, noticias postergadas. Cinco días.
Parecía que "el vórtice" (esto no es mío, sino de una persona a la que merece la pena escuchar cuando habla) quería instalarse en nuestras vidas y abatirnos con su aciaga presencia. Pero el viernes y el sábado se juntaron demasiadas buenas voluntades como para dejar que eso sucediera. Ya es lunes. Ya no hay tempestad. Todavía quedan retazos pero el huracán es brisa, el sol brilla y todavía quedan hojas en los árboles.

miércoles, 22 de agosto de 2007

La Luna

Ayer pasé una tarde estupenda con una gran amiga. No hace falta mucho para ser feliz. Una película con palomitas, tomar unas tapas con sidra y una conversación divertida e interesante.
Entre otras cosas nos dio por hablar de las horas de luz en los diferentes países. De ahí derivamos al calendario solar y el siguiente paso fue el calendario lunar. Después ella comentó la influencia que tiene la luna sobre las mujeres y sobre la libido (y yo que creía que la luna lo único que provocaba eran las mareas). El caso es que me vino a la cabeza como un rayo un poema de José Somoza:


La luna mientras duermes te acompaña,
tiende su luz por tu cabeza y frente,
va del semblante al cuello, y lentamente
cumbres y valles de tu seno baña.

Yo, Lesbia, que al umbral de tu cabaña
hoy velo, lloro y ruego inútilmente,
el curso de la luna refulgente,
dichoso he de seguir o amor me engaña.

He de entrar cual la luna en tu aposento,
cual ella al lecho en que tu faz reposa,
y cual ella a tus labios acercarme.

Cual ella respirar tu dulce aliento,
y cual el disco de la casta diosa,
puro, trémulo, mudo, retirarme.


Este poema siempre me ha parecido muy sensual. En el primer cuarteto, en el verso tercero hay un encabalgamiento bastante acertado. Por lo demás, el vocativo del primer verso del segundo cuarteto (toma ya), siempre me ha intrigado. Lesbia en el diccionario tiene 3 entradas. Natural de Lesbos, perteneciente a esa isla o perteneciente o relativo al lesbianismo. Dado que está en mayúsculas yo me inclino por un nombre de amada imaginaria, pero que cada cual haga su interpretación.
PD: Ya sé, ya sé. El último verso, o mejor, la última palabra del último verso es complicada de digerir.

lunes, 6 de agosto de 2007

Mi Ninfa

En el libro de “Poesías escogidas de la lengua castellana” he encontrado un madrigal de “Luis Martín de la Plaza”. Reconozco que nunca había leído nada suyo. Es más, ni siquiera sabía que existiera. Eso es lo bueno de ser un ignorante como yo, que cada día puedo aprender y descubrir cosas nuevas.


Iba cogiendo flores,
y guardando en la falda,
mi ninfa, para hacer una guirnalda;
mas primero las toca
a los rosados labios de su boca,
y les da de su aliento los olores:
y estaba, por su bien, entre una rosa,
una abeja escondida,
su dulce amor hurtando,
y como en la hermosa
flor de los labios se halló, atrevida,
la picó, sacó miel, fuese volando.

viernes, 27 de julio de 2007

Lanzada



Esta es una foto que saqué en La Lanzada, en Galicia.


La cuestión es que desde anoche estaba pensando en acompañar esta imagen con algún poema y de pronto me di cuenta de que no conozco ninguno que pueda servir.


Cuando pienso en el mar siempre acuden a mi mente los versos de Espronceda:


"La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul".


Pero como es evidente, en la foto es de día y no aparece la luna por ningún sitio, así que queda descartado.


Los siguientes versos que me salieron son "quiero morir cuando decline el día / en la alta mar y con la cara al cielo", lo que pasa es que me siento demasiado feliz para ponerme a hablar de muertes.


De pronto vino a mi cabeza Alberti, pero le cogí manía hace tiempo y lo deseché de inmediato.


En inglés tan solo recuerdo un soneto de Shakespeare sobre el tema: "Like as the waves make towards the pebbled shore,/so do our minutes hasten to their end", pero me apetece un poema sencillo, sin símiles ni metáforas, sin artificios, un poema que sea mar, arena blanca y brisa mezclada con espuma de las olas.


Entonces apareció una vieja canción que no puedo evitar tararear cuando veo el horizonte azul: "mirando al mar soñé/ que estaba junto a ti". Era perfecto. Es verdad que es una canción, pero es parte de mí así que a pesar de que ya estaba acostado me levanté a escuchar la canción. Cuando me la puse fue desolador. Continúa así:/Mirando al mar sólo sé que sentí/que acordándome de ti lloré y lloré".


Ahí fue cuando me di por vencido. No he conseguido encontrar en mi memoria un solo poema que refleje lo que yo siento cuando veo el mar. Ni uno solo que sea alegría, emoción contenida cuando bajas la ventanilla del coche para que los pulmones se llenen de ese aroma, ni uno solo que me haga reir.

Si alguien sabe alguno...

miércoles, 27 de junio de 2007

Augusto Ferrán

Augusto Ferrán fue poeta del último periodo del romanticismo español. Para quien quiera saber su biografía (el pobre acabó muriendo en un manicomio), aquí dejo el enlace a la Wikipedia:


El motivo por el que he decidido dedicarle un post a este poema de Augusto Ferrán es que me gusta la imagen que crea. Si os fijáis en los dos primeros versos se plasma la metáfora que da pie a todo el poema, pero la metáfora es muy sutil.

Según Lázaro carreter los tipos de metáforas pueden englobarse en: "I de R", "I es R" y finalmente "I" (metáfora pura), en donde I es el término imagen y R es el término Real.

Siguiendo esa clasificación yo clasificaría la metáfora de Augusto Ferrán en "I es R" (yo soy sombra), pero lo hace de forma delicada y a la vez tan nítida que siempre me ha parecido hermoso.

El poema no tiene título.

Augusto Ferrán

Qué a gusto sería
sombra de tu cuerpo
¡Todas las horas del día de cerca
te iría siguiendo!

Y mientras la noche
reinara en silencio,
toda la noche tu sombra estaría
pegada a tu cuerpo.

Y cuando la muerte
llegara a vencerlo,
sólo una sombra por siempre serían
tu sombra y tu cuerpo.

martes, 12 de junio de 2007

Romanticismo de verdad

Hace tiempo que no dejo un poema español. Aquí va uno de Baltasar de Alcázar.
Este era el poema preferido de una amiga de facultad. Cuando estaba deprimida nos subíamos en las sillas de la cafetería y se lo recitábamos a voz en grito. Vaya numerito.


Tres cosas me tienen preso
de amores el corazón,
la bella Inés, el jamón
y berenjenas con queso.

Esta Inés (amantes) es
quien tuvo en mí tal poder,
que me hizo aborrecer
todo lo que no era Inés.

Trájome un año sin seso,
hasta que en una ocasión
me dio a merendar jamón
y berenjenas con queso.

Fue de Inés la primer palma,
pero ya júzgase mal
entre todos ellos cuál
tiene más parte en mi alma.

En gusto, medida y peso
no le hallo distinción,
ya quiero Inés, ya jamón,
ya berenjenas con queso.

Alega Inés su beldad,
el jamón que es de Aracena,
el queso y berenjena
la española antigüedad.

Y está tan fiel en el peso
que juzgado sin pasión
todo es uno, Inés, jamón,
y berenjenas con queso.

A lo menos este trato
de estos mis nuevos amores,
hará que Inés sus favores,
me los venda más barato.

Pues tendrá por contrapeso
si no hiciere razón,
una lonja de jamón
y berenjenas con queso.

domingo, 3 de junio de 2007

Y que siempre tenga razón

El sábado estuve cenando con Miss H. Charlamos de todo un poco y no sé muy bien cómo acabamos recitando versos del Tenorio. Reconozco que a estas alturas no debería discutir con ella sobre quién tiene razón. El caso es que como siempre ella era la que estaba en lo cierto.


D. Juan: Llamé al cielo, y no me oyó,
y pues sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra
responda el cielo, y no yo.


Pues eso, yo empeñado en que en vez de " mis pasos en la tierra" era "mis actos en la tierra". Vaya chasco.

viernes, 1 de junio de 2007

Apolo y Dafne

Ahora que vuelvo a leer "Un Alma Perdida" me doy cuenta de que siempre recurro al mito de Apolo y Dafne.
Todavía recuerdo el día que en clase de Arte estudié la estatua de Bernini.





Apolo se enamora de Dafne, una ninfa que había jurado no conocer a hombre alguno (conocer en el sentido bíblico del término, vamos). Cuando Apolo la persigue y la toca Dafne se convierte en laurel.
Dejo dos poemas, uno de Garcilaso y otro de Quevedo sobre el mito de Apolo y Dafne. Que yo sepa, Quevedo tiene tres poemas dedicados a este tema, yo dejo el que más me gusta a mí.
No digo nada acerca de la metáfora del propio mito, que cada uno piense lo que quiera.

Garcilaso de la Vega.
A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían;
de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aun bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!

Quevedo
DE DAFNE Y APOLO, FÁBULA

Delante del Sol venía
Corriendo Dafne, doncella
De extremada gallardía,
Y en ir delante tan bella,
Nueva Aurora parecía.


Cansado más de cansalla
Que de cansarse a sí Febo,
A la amorosa batalla
Quiso dar principio nuevo,
Para mejor alcanzalla.


Mas viéndola tan cruel,
Dio mil gritos doloridos,
Contento el amante fiel
De que alcancen sus oídos
Las voces, ya que no él.

Mas envidioso de ver
Que han de gozar gloria nueva
Las palabras en su ser,
Con el viento que las lleva
Quiso parejas correr.


Pero su padre, celoso,
En su curso cristalino
Tras ella corrió furioso,
Y en medio de su camino
Los atajó sonoroso.

El Sol corre por seguilla,
Por huir corre la estrella;
Corre el llanto por no vella,
Corre el aire por oílla,
Y el río por socorrella.

Atrás los deja arrogante,
Y a su enamorado más,
Que ya, por llevar triunfante
Su honestidad adelante,
A todos los deja atrás.

Mas viendo su movimiento,
Dio las razones que canto,
Con dolor y sin aliento,
Primero al correr del llanto
Y luego al volar del viento:

«Di, ¿por qué mi dolor creces
Huyendo tanto de mí
En la muerte que me ofreces?
Si el Sol y luz aborreces,
Huye tú misma de ti.


»No corras más, Dafne fiera,
Que en verte huir furiosa
De mí, que alumbro la Esfera,
Si no fueras tan hermosa,
Por la noche te tuviera.

»Ojos que en esa beldad
Alumbráis con luces bellas
Su rostro y su crueldad,
Pues que Sois los dos estrellas,
Al Sol que os mira, mirad.

»¡En mi triste padecer
Y en mi encendido querer,
Dafne bella, no sé cómo
Con tantas flechas de plomo
Puedes tan veloz correr!

»Ya todo mi bien perdí;
Ya se acabaron mis bienes;
Pues hoy corriendo tras ti,

Aun mi corazón, que tienes,
Alas te da contra mí.»


A su oreja esta razón,
Y a sus vestidos su mano,
Y de Dafne la oración,
A Júpiter soberano
Llegaron a una sazón.


Sus plantas en sola una
De lauro se convirtieron;
Los dos brazos le crecieron,
Quejándose a la Fortuna
Con el ruido que hicieron.

Escondióse en la corteza
La nieve del pecho helado,
Y la flor de su belleza
Dejó en la flor un traslado
Que al lauro presta riqueza.


De la rubia cabellera
Que floreció tantos mayos,
Antes que se convirtiera,
Hebras tomó el Sol por rayos,
Con que hoy alumbra la esfera.


Con mil abrazos ardientes,
Ciñó el tronco el Sol, y luego,
Con las memorias presentes,
Los rayos de luz y fuego
Desató en amargas fuentes.


Con un honesto temblor,
Por rehusar sus abrazos,
Se quejó de su rigor,
Y aun quiso inclinar los brazos,
Por estorbarlos mejor.


El aire desenvolvía
Sus hojas, y no hallando
Las hebras que ver solía,
Tristemente murmurando
Entre las ramas corría.


El río, que esto miró,
Movido a piedad y llanto,
Con sus lágrimas creció,
Y a besar el pie llegó
Del árbol divino y santo.

Y viendo caso tan tierno,
Digno de renombre eterno,
La reservó en aquel llano,
De sus rayos el Verano,
Y de su hielo el Invierno.

jueves, 17 de mayo de 2007

Ojos claros

Empieza a gustarme esto de los Blogs. Hoy estaba viendo uno que me recomendó una amiga en el que hablaban de los ojos. La chica que hace ese blog al parecer tiene los ojos verdes y estaba muy orgullosa de ellos. La verdad es que mis ojos también son verdes. En realidad depende de cómo les de el sol son verdes azulados o azul verdoso.

El caso es que los ojos más bonitos que he visto son los de mi madre. Son verdes, pero un verde muy claro y brillante. Ella me enseñó un poema sobre unos ojos que le he dejado a esa chica en su blog y ahora lo dejo aquí.


Ojos Claros.- Gutierre de Cetina (1520-1557)
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.