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martes, 16 de octubre de 2007

Crónica Salmantina II

El sábado amaneció a eso de las 12:00. Sorprendentemente no tenía resaca. Cansancio sí, muchísimo, pero nada de dolor de cabeza o malestar general.
Alfonso y yo decidimos tomar un aperitivo en la Rua Mayor. Nos sentamos en un Gambrinus. Vale, estar en Salamanca y tomar el aperitivo en un Gambrinus es como estar en París y comer en un MacDonalds, pero fue el primer sitio con terraza con una mesa libre. Estábamos tan cansados que ninguno podía hablar. De pronto levantamos la vista y en la terraza justo encima del Gambrinus vimos a Mireia (hermana de Ana). Qué pequeño es el mundo y Salamanca, más todavía.

A las 14:00 los estómagos empezaron a rugir. Habíamos quedado en la Plaza con Jorge y Ana. A cada paso que dábamos nos encontrábamos con invitados de la boda. Al final éramos veintitantos buscando un sitio donde sentarnos. Hacía un sol de justicia y unos comieron al aire libre cogiendo colorcito y otros de tapas a la sombra. Mención especial de los que comieron al aire libre para la pareja de músicos ambulantes que deleitaron al público durante las 2 horas que duró la comida versioneando a los clásicos de la música rock-pop (He dicho ambulantes, pero de eso nada, que se pasaron todo el fin de semana en el mismo sitio con la guitarra eléctrica y el micrófono en la mano).

Después de la comida empezó la ronda de licores y copazos en la Plaza Mayor. Menos mal que a alguien se le ocurrió proponer reservar un sitio para cenar (no fuéramos a pasar hambre, que no habíamos probado bocado desde que llegamos a Salamanca) y aprovechar para descansar hasta las 21:00.

El lugar elegido para la cena fue el “Bambú”, recomendado por Carlos. Y si Carlos recomienda un sitio para comer hay que hacerle caso. La conversación de Jorge y el Camarero para hacer la reserva fue más o menos así:

Camarero.- ¿Cuántos sois?
Jorge.- 18 ( un número totalmente elegido al azar. Calculando por lo alto. Total, siempre se puede decir que vamos menos, ¿no?)
Camarero.- ¿A qué hora?
Jorge.- A las 21:00.
Camarero.- ¿Nombre?
Jorge.- Jorge
Camarero.- ¿Teléfono?
Jorge.- 555 67 65 66.
El camarero no había apuntado los dos primeros números cuando se detiene y mirando a Jorge levanta la ceja como Carlos Sobera.
Camarero (hablando muy despacio).- Usted habla mucho más rápido de lo que yo escucho.
Toma ya, simpático. Nos quedamos petrificados. El caso es que no parecía borde sino que daba la sensación de ser más seco que la mojama.
Jorge.- ¿Tienen algún menú?
Camarero.- Sí, pero les recomiendo que pidan de carta. Es más barato. Lo que sí les digo es que pidan 1 ración para cada 3 personas y luego un segundo plato para cada uno.

Lo siguiente que hicimos fue ir a echarnos la siesta (¿de 20:00 a 20:45 se puede llamar siesta?). Me sentó de maravilla. Hasta fui capaz de entreabrir los ojos para ver los goles de la selección española de fútbol.

A las 21:00 llegamos al “Bambú”. La mesa tenía forma de “L”. Al final en vez de 18 éramos 23. Ahí es nada. Jorge se encargó de repetir unas 23 veces (es decir, a todos los que estaban) que íbamos a pedir 1 ración para cada 3 personas y luego cada uno un segundo. Finalmente se decidió pedir tres tipos de entrantes: patatas bravas, croquetas y pimientos rellenos y para beber agua y vino de la casa.
Para bien o para mal no entiendo mucho de vinos. Se me sube muy rápido a la cabeza y procuro no tomarlo. El caso es que nada más coger la copa de vino creí oler a vinagre. “Es imposible”, me dije. Pues no. Cuando probé el vino comprendí que no es que oliera, es que “era” vinagre.

En seguida trajeron unas tapitas para picar. Un momento, no eran tapitas, eran patatas fritas. No, eran patatas fritas con tomate. Qué va, eran 4 patatas fritas con salsa barbacoa. La raciones resultaron ser diminutas. Lo mejor vino con las croquetas. No tocábamos más que a media por cabeza. Jorge me miró y supe que estaba pensando en el camarero de la reserva. ¡Al final va a resultar que se estaba cachondeando de nosotros!.

La conversación de la cena fue muy agradable, contando batallitas y riendo sin parar.
Al terminar de dar cuenta de 1 patata brava, ¼ de croqueta y 1/3 de pimiento relleno llegó el segundo plato. Fue el acabose. Un chuletón enorme. La carne jugosa, blandita, con mucho sabor…. Y la guarnición….patatas fritas. Muchas patatas fritas. Había tantas patatas fritas en una guarnición como en 3 platos de raciones. Mmm están locos estos salmantinos.

Una vez terminado el magnífico chuletón llegó la hora de los postres: “white label con coca-cola, por favor”. Hay que quitarse la careta. ¿A quién le apetece una tarta o un helado después de apretarse un kilo de carne?

Salimos del restaurante con la barriga llena y otra vez fuimos a lo fácil. El bar de enfrente. Se llamaba Carpe Diem (No sé cuántos bares con ese nombre existen en España. Se podría hacer una recopilación. En cambio, ¿alguien conoce un bar que se llame “vita brevis” o “tempus fugit”?). El local estaba muy bien, se entraba por un pasillo hasta llegar a una sala rodeada de arcos con clave. Primera copita y recuento de valientes que aguantan: Elena, María, Marta, Mireia, Mónica, Carlos, Jorge, Felipe, Dirk, Alfonso y yo.

En esto que Dirk me dice: “¿Ese es Elton John?” Primero pensé que como es Belga no le había escuchado bien “¿Qué dices?”. “Que si es Elton John” (dicho sea de paso, qué envidia me dan los que saben hablar varios idiomas perfectamente). Por fin dirigí mi vista hacia donde señalaba. La sala, simulaba la plaza mayor de Salamanca solo que en vez de bustos de reyes encima de los arcos, en el Carpe Diem los bustos eran de cantantes. (Por cierto, no son exactamente bustos, son como figuras en relieve talladas en un círculo. Siento no conocer la palabra exacta). Poco a poco fuimos descubriendo el resto de cantantes: Elvis, Madonna y…. “¿ese quién es?”. “Ah, yo lo sé”, dijo Elena “es un negro que ha muerto hace poco y que había un problema porque no podían enterrarle”. Sonaba un poco raro pero le dimos el beneficio de la duda. Al rato, Dirk y yo nos acercamos para ver el busto de cerca. “Pues es Mick Jagger”, dijo. Ya te dijo, ni negro, ni muerto, ni leches. Jajaja.

Con la segunda copa empezaron las fotos. El problema es que Carlos y Marta se fueron gustando poco a poco y se crecieron. Decidieron que lo mejor que podían hacer era subirse a la tarima. Foto por aquí y foto por allá. De pronto, Mónica empezó a gritarle a Carlos: “Quítateeeee la camisetaaaa, quítateeee la camisetaaaaa”. Marta, prudentemente se bajó dejando a Carlos que se las apañara él solito y se unió a Mónica gritando “quítateeee la camisetaaaa”. Carlos henchido ante su afición, se quitó la sudadera. En esto que como no se decidía a quedarse en porretas tomé la voz cantante: “No hay huevos, no hay huevos”. Ya se sabe. Acabó sin camiseta y una chica al lado suyo por poco cayó desmayada ante el espectáculo.

Como después del numerito lo más probable era aumentar el nivel de despropósito o que nos echaran del bar decidimos que una retirada a tiempo es una victoria.

Al salir, Carlos, Felipe y yo nos despedirnos de Salamanca cantando “New York, New York” subidos a un banco de la Plaza Mayor.


Start spreadin' the news,
I'm leavin' today
I want to be a part of it,
New York, New York...



PD: para volver al hotel me dejaron un mapa. Y sí, a pesar de todo….. ¡me perdí!

lunes, 15 de octubre de 2007

Crónica Salmantina I

Me han echado en cara que no cuente con detalle el fin de semana en Salamanca. Como todavía no soy capaz de decir que no y me lo pasé tan bien, aquí va una crónica salmantina del día de la boda. Mañana contaré el segundo día.

Todo comenzó la tarde del jueves. Había que quedar para salir el viernes y llegar a la boda. De repente Alfonso dice: “Por cierto, ¿a qué hora es?”. “Ni idea. Mejor llamo a Pablo”. “Pablo, ¿sabes la hora de la boda?” “Ni idea”.
Vale, somos unos impresentables, pero al menos somos sinceros.
Lo siguiente que hice fue llamar a María, la hermana del Novio.
La boda era a las 17:00. María me aconsejó/ordenó que saliéramos con tiempo de sobra así que nos citamos Pablo, Mina, Alfonso y yo, el viernes por la mañana a las 11:30.
Cuando parecía que habíamos sido puntuales y saldríamos sin percances a Pablo se le ocurrió preguntarme si había llevado un mapa del hotel.
“Claro, el mapa está junto con la reserva…. ¡La reserva!”. Se me había olvidado en casa. Ala, Pablo y Mina se pusieron en camino a Salamanca y Alfonso y yo perdimos 20 minutillos. Mal presagio. El viaje duró 4 horas y media. Llegamos con el tiempo justo para aparcar, ducharnos y encontrarnos con la novia en la puerta de la catedral. Por los pelos.

La boda fue muy distendida y dieron el sí quiero. Yo no soy capaz de creer en Dios, nunca he tenido fe, pero cuando la gente reza lo que yo hago es desear de todo corazón que les vaya bien a los novios.

A la salida de la boda comienza el ritual de saludos. Miradas que se encuentran, sonrisas y palabras que rompen barreras apenas son articuladas.

Alguien falta. No sé muy bien quién, pero tengo esa sensación. Por fin me acuerdo de Carlos. ¿Dónde está?. Al principio nadie responde. Lo que es evidente es que no ha llegado a la boda. Le habrá pillado tráfico, dice alguien. Al cabo de un par de preguntas por fin lo averiguo. Le dijeron que había atasco y decidió retrasar la salida porque “seguro que así se vacía la carretera”. Consecuencia: se ha convertido en un memorable miembro de la cofradía de los Hannover (o lo que es lo mismo, saltarse la misa a la torera y aparecer el primero en el banquete).

El aperitivo fue bastante bueno. Cuando recuerdo tener a la izquierda un camarero con una bandeja de jamón, a mi derecha otro con una bandeja de lomo y en frente un tercero ofreciéndome bebida no puedo evitar que se me escape una lágrima de felicidad. ¡¡¡¡Ay, jamón ibérico del alma mía cómo te quiero!!!!

Cuando ya empezaba a tener que aflojar un botón del cinturón nos dijeron que pasáramos a cenar. Una gota de sudor frío me recorrió la frente. En la mesa nos sentamos por este orden: Mónica, Ana, Pablo, Mina, Juan Luis, Carlos, Jorge y Alfonso (a tomar por saco el protocolo).

De primero una merluza en su punto. De segundo, cochinillo. Estaba perfecto, la carne blandita y la piel crujiente. Cuando terminamos, Carlos, en voz baja, me dice “Hay que repetir”. “Venga, hombre, ¿estás loco?”. “¿Qué pasa, que no hay huevos?”. Pues eso, que al final repetimos de cochinillo.

Después del postre nos arrastramos como pudimos a la barra. Nada más tener en las manos la primera copa empieza a sonar el Vals. Luego las notas del pasodoble llegan a mis oídos. Lo reconozco: si ponen pasodoble me lo bailo. Toma ya. Encontré a Ana, la mujer de Jorge. Han estado dos años y medio viviendo en Melbourne y les he echado de menos. Me gustó mucho bailar con ella, aunque ella me dijera al final “no he pasado tanta vergüenza en mi vida”. Pobre.

Alfonso y yo nos cantamos unas 10 veces la canción de “la Virgen del Pilar diceee” por ser 12 de octubre. Para rematarlo cuando el pincha dejó de poner música le pedí el micrófono y la cantamos delante de toda la audiencia (si es que lo del karaoke me puede). Acto seguido hubo una avalancha sobre el micrófono. No sé muy bien si porque querían cantar como fuera el himno de los jesuitas o porque querían que dejáramos de cantar como fuera. Me escapé como pude, gritando: “yo no soy jesuita, yo no soy jesuita” (parecía una escena de los Monty Python). Apenas había conseguido salir de esa tromba humana cuando oigo a María preguntarme: “¿no cantas el himno del colegio?”.

Al terminar las copas de la boda, justo en frente nos encontramos un bar que estaba cerrando. Literalmente lo tomamos por la fuerza. Ala, a seguir de copas.
Hacía tiempo que había perdido la cuenta. Para rematar la faena, estaba hablando con Elena y con Babi cuando a Babi se le cayó el bote vacío de fanta de naranja. ¡Qué bronca me echó Elena por no agacharme! Jajajaja. Vale, ella tenía razón, no me agaché, pero debo decir en mi favor que la fanta estaba vacía, de ahí no se iba a mover y no molestaba a nadie.

Salamanca

Este puente he estado de boda en Salamanca. Se casaban Jezu (cuyo nombre real es Ignacio) y Macarena.

Ha sido un fin de semana divertidísimo. Hacía tiempo que no veía a muchos de los que estaban invitados y el reencuentro ha sido fácil y sin preguntas. Asimilando el tiempo perdido con la primera sonrisa, el apretón de manos o los besos en la mejilla.


La boda estuvo fenomenal. Se casaron que es lo importante (ahora que lo pienso, eso no está muy claro porque el expediente administrativo no llegaba hasta hoy así que civilmente igual todavía están solteros).


El convite fue de los mejores en los que he estado. El sitio, precioso (Palacio de Figueroa) y los aperitivos y la cena muy bien. La novia y las hermanas de la novia y la del novio, guapísimas. Quizá el momento álgido fue cuando las copas hicieron su efecto y todos los invitados de la boda, uno tras otro, fuimos a pedirle al "pincha" la misma canción. Cuando por fin sonaron los acordes (por llamarlos de alguna manera) de "Toda" de Jesulín de Ubrique demostramos por qué no nos hemos dedicado a la música.
Si consigo alguna foto prometo colgarla. Yo soy un desastre y nunca me acuerdo de coger la cámara.

En definitiva, el fin de semana me ha dejado exhausto. De alguna manera me ha vaciado de todo el estrés y me ha llenado de recuerdos, de sabores y olores. Lo mejor es que cuando estoy haciendo algo en el trabajo, de pronto me acuerdo de una tontería y se me escapa una sonrisa.


Siempre se dice lo mismo al despedirse pero espero no volver a perder el contacto (la vida es caprichosa y hace y deshace a su antojo, pero merece la pena hacer el esfuerzo).