Me han echado en cara que no cuente con detalle el fin de semana en Salamanca. Como todavía no soy capaz de decir que no y me lo pasé tan bien, aquí va una crónica salmantina del día de la boda. Mañana contaré el segundo día.
Todo comenzó la tarde del jueves. Había que quedar para salir el viernes y llegar a la boda. De repente Alfonso dice: “Por cierto, ¿a qué hora es?”. “Ni idea. Mejor llamo a Pablo”. “Pablo, ¿sabes la hora de la boda?” “Ni idea”.
Vale, somos unos impresentables, pero al menos somos sinceros.
Lo siguiente que hice fue llamar a María, la hermana del Novio.
La boda era a las 17:00. María me aconsejó/ordenó que saliéramos con tiempo de sobra así que nos citamos Pablo, Mina, Alfonso y yo, el viernes por la mañana a las 11:30.
Cuando parecía que habíamos sido puntuales y saldríamos sin percances a Pablo se le ocurrió preguntarme si había llevado un mapa del hotel.
“Claro, el mapa está junto con la reserva…. ¡La reserva!”. Se me había olvidado en casa. Ala, Pablo y Mina se pusieron en camino a Salamanca y Alfonso y yo perdimos 20 minutillos. Mal presagio. El viaje duró 4 horas y media. Llegamos con el tiempo justo para aparcar, ducharnos y encontrarnos con la novia en la puerta de la catedral. Por los pelos.
La boda fue muy distendida y dieron el sí quiero. Yo no soy capaz de creer en Dios, nunca he tenido fe, pero cuando la gente reza lo que yo hago es desear de todo corazón que les vaya bien a los novios.
A la salida de la boda comienza el ritual de saludos. Miradas que se encuentran, sonrisas y palabras que rompen barreras apenas son articuladas.
Alguien falta. No sé muy bien quién, pero tengo esa sensación. Por fin me acuerdo de Carlos. ¿Dónde está?. Al principio nadie responde. Lo que es evidente es que no ha llegado a la boda. Le habrá pillado tráfico, dice alguien. Al cabo de un par de preguntas por fin lo averiguo. Le dijeron que había atasco y decidió retrasar la salida porque “seguro que así se vacía la carretera”. Consecuencia: se ha convertido en un memorable miembro de la cofradía de los Hannover (o lo que es lo mismo, saltarse la misa a la torera y aparecer el primero en el banquete).
El aperitivo fue bastante bueno. Cuando recuerdo tener a la izquierda un camarero con una bandeja de jamón, a mi derecha otro con una bandeja de lomo y en frente un tercero ofreciéndome bebida no puedo evitar que se me escape una lágrima de felicidad. ¡¡¡¡Ay, jamón ibérico del alma mía cómo te quiero!!!!
Cuando ya empezaba a tener que aflojar un botón del cinturón nos dijeron que pasáramos a cenar. Una gota de sudor frío me recorrió la frente. En la mesa nos sentamos por este orden: Mónica, Ana, Pablo, Mina, Juan Luis, Carlos, Jorge y Alfonso (a tomar por saco el protocolo).
De primero una merluza en su punto. De segundo, cochinillo. Estaba perfecto, la carne blandita y la piel crujiente. Cuando terminamos, Carlos, en voz baja, me dice “Hay que repetir”. “Venga, hombre, ¿estás loco?”. “¿Qué pasa, que no hay huevos?”. Pues eso, que al final repetimos de cochinillo.
Después del postre nos arrastramos como pudimos a la barra. Nada más tener en las manos la primera copa empieza a sonar el Vals. Luego las notas del pasodoble llegan a mis oídos. Lo reconozco: si ponen pasodoble me lo bailo. Toma ya. Encontré a Ana, la mujer de Jorge. Han estado dos años y medio viviendo en Melbourne y les he echado de menos. Me gustó mucho bailar con ella, aunque ella me dijera al final “no he pasado tanta vergüenza en mi vida”. Pobre.
Alfonso y yo nos cantamos unas 10 veces la canción de “la Virgen del Pilar diceee” por ser 12 de octubre. Para rematarlo cuando el pincha dejó de poner música le pedí el micrófono y la cantamos delante de toda la audiencia (si es que lo del karaoke me puede). Acto seguido hubo una avalancha sobre el micrófono. No sé muy bien si porque querían cantar como fuera el himno de los jesuitas o porque querían que dejáramos de cantar como fuera. Me escapé como pude, gritando: “yo no soy jesuita, yo no soy jesuita” (parecía una escena de los Monty Python). Apenas había conseguido salir de esa tromba humana cuando oigo a María preguntarme: “¿no cantas el himno del colegio?”.
Al terminar las copas de la boda, justo en frente nos encontramos un bar que estaba cerrando. Literalmente lo tomamos por la fuerza. Ala, a seguir de copas.
Hacía tiempo que había perdido la cuenta. Para rematar la faena, estaba hablando con Elena y con Babi cuando a Babi se le cayó el bote vacío de fanta de naranja. ¡Qué bronca me echó Elena por no agacharme! Jajajaja. Vale, ella tenía razón, no me agaché, pero debo decir en mi favor que la fanta estaba vacía, de ahí no se iba a mover y no molestaba a nadie.
Todo comenzó la tarde del jueves. Había que quedar para salir el viernes y llegar a la boda. De repente Alfonso dice: “Por cierto, ¿a qué hora es?”. “Ni idea. Mejor llamo a Pablo”. “Pablo, ¿sabes la hora de la boda?” “Ni idea”.
Vale, somos unos impresentables, pero al menos somos sinceros.
Lo siguiente que hice fue llamar a María, la hermana del Novio.
La boda era a las 17:00. María me aconsejó/ordenó que saliéramos con tiempo de sobra así que nos citamos Pablo, Mina, Alfonso y yo, el viernes por la mañana a las 11:30.
Cuando parecía que habíamos sido puntuales y saldríamos sin percances a Pablo se le ocurrió preguntarme si había llevado un mapa del hotel.
“Claro, el mapa está junto con la reserva…. ¡La reserva!”. Se me había olvidado en casa. Ala, Pablo y Mina se pusieron en camino a Salamanca y Alfonso y yo perdimos 20 minutillos. Mal presagio. El viaje duró 4 horas y media. Llegamos con el tiempo justo para aparcar, ducharnos y encontrarnos con la novia en la puerta de la catedral. Por los pelos.
La boda fue muy distendida y dieron el sí quiero. Yo no soy capaz de creer en Dios, nunca he tenido fe, pero cuando la gente reza lo que yo hago es desear de todo corazón que les vaya bien a los novios.
A la salida de la boda comienza el ritual de saludos. Miradas que se encuentran, sonrisas y palabras que rompen barreras apenas son articuladas.
Alguien falta. No sé muy bien quién, pero tengo esa sensación. Por fin me acuerdo de Carlos. ¿Dónde está?. Al principio nadie responde. Lo que es evidente es que no ha llegado a la boda. Le habrá pillado tráfico, dice alguien. Al cabo de un par de preguntas por fin lo averiguo. Le dijeron que había atasco y decidió retrasar la salida porque “seguro que así se vacía la carretera”. Consecuencia: se ha convertido en un memorable miembro de la cofradía de los Hannover (o lo que es lo mismo, saltarse la misa a la torera y aparecer el primero en el banquete).
El aperitivo fue bastante bueno. Cuando recuerdo tener a la izquierda un camarero con una bandeja de jamón, a mi derecha otro con una bandeja de lomo y en frente un tercero ofreciéndome bebida no puedo evitar que se me escape una lágrima de felicidad. ¡¡¡¡Ay, jamón ibérico del alma mía cómo te quiero!!!!
Cuando ya empezaba a tener que aflojar un botón del cinturón nos dijeron que pasáramos a cenar. Una gota de sudor frío me recorrió la frente. En la mesa nos sentamos por este orden: Mónica, Ana, Pablo, Mina, Juan Luis, Carlos, Jorge y Alfonso (a tomar por saco el protocolo).
De primero una merluza en su punto. De segundo, cochinillo. Estaba perfecto, la carne blandita y la piel crujiente. Cuando terminamos, Carlos, en voz baja, me dice “Hay que repetir”. “Venga, hombre, ¿estás loco?”. “¿Qué pasa, que no hay huevos?”. Pues eso, que al final repetimos de cochinillo.
Después del postre nos arrastramos como pudimos a la barra. Nada más tener en las manos la primera copa empieza a sonar el Vals. Luego las notas del pasodoble llegan a mis oídos. Lo reconozco: si ponen pasodoble me lo bailo. Toma ya. Encontré a Ana, la mujer de Jorge. Han estado dos años y medio viviendo en Melbourne y les he echado de menos. Me gustó mucho bailar con ella, aunque ella me dijera al final “no he pasado tanta vergüenza en mi vida”. Pobre.
Alfonso y yo nos cantamos unas 10 veces la canción de “la Virgen del Pilar diceee” por ser 12 de octubre. Para rematarlo cuando el pincha dejó de poner música le pedí el micrófono y la cantamos delante de toda la audiencia (si es que lo del karaoke me puede). Acto seguido hubo una avalancha sobre el micrófono. No sé muy bien si porque querían cantar como fuera el himno de los jesuitas o porque querían que dejáramos de cantar como fuera. Me escapé como pude, gritando: “yo no soy jesuita, yo no soy jesuita” (parecía una escena de los Monty Python). Apenas había conseguido salir de esa tromba humana cuando oigo a María preguntarme: “¿no cantas el himno del colegio?”.
Al terminar las copas de la boda, justo en frente nos encontramos un bar que estaba cerrando. Literalmente lo tomamos por la fuerza. Ala, a seguir de copas.
Hacía tiempo que había perdido la cuenta. Para rematar la faena, estaba hablando con Elena y con Babi cuando a Babi se le cayó el bote vacío de fanta de naranja. ¡Qué bronca me echó Elena por no agacharme! Jajajaja. Vale, ella tenía razón, no me agaché, pero debo decir en mi favor que la fanta estaba vacía, de ahí no se iba a mover y no molestaba a nadie.
1 comentario:
jajajajajajajajaja.... Ay que me troncho!!!! Yo voy a tener que escribirte un "tus mejores momentos" y los dj te van a poner un carel de "warned" (¿es warned?). Jajajajaajajajaja "no he pasado tanta vergüenza en mi vida" jajajajajajajaja, la pobre.... jajajajajaja....
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