sábado, 9 de junio de 2007

El Manuscrito del Viejo Ed V

Este capítulo es el más flojo de los que he leído hasta ahora. Quizá sea porque es un momento clave en la historia. La narración no consigue convencer de lo que está pasando y los personajes no terminan de resultar espontáneos.

Cuando al repasar los textos que pongo aquí veo algo como este capítulo me acuerdo de unas frases que me repito siempre como si fueran un mantra. Se trata de una conversación entre un escritor y un crítico. Cuando el escritor le pregunta qué le parece el libro que le ha entregado, el crítico le contesta:

- Si es lo primero que has escrito es lo peor que he visto en mi vida. Si es lo último que vas a escribir, es una obra maestra.


Antes de mí no hubo nada creado
a excepción de lo inmortal
y yo duro eternamente.
¡Oh, vosotros que entráis,
abandonad toda esperanza!.

Ana se despertó perezosamente. Estaba muy cansada. Miró a su alrededor. Al principio no reconoció dónde estaba. En seguida reconoció el lugar y recordó qué hacían allí. Eran las dos de la mañana. Se incorporó sin hacer mucho ruido y vio que Juan estaba despierto.

- Lo siento- dijo el muchacho. - ¿Te he despertado?.
-No, no, qué va. – Ana esbozó una ligera sonrisa. – Tenías que despertarme a la una y veinte.
- No quise molestarte.
- Gracias. – La chica se acercó a Juan que estaba sentado contra la pared. - ¿Has visto algo extraño?.
- No sé qué decirte. Si me preguntas si he visto algo, la respuesta es no. Pero tengo una extraña sensación. Es como si alguien me llamara. He sentido la necesidad de abrir la ventana y de vez en cuando me parece oír una música muy baja. No sé. Tal vez no sea nada. De todas formas la idea de poner ajos en la ventana ha sido muy buena.
- Los puse yo. – Ana se ruborizó ligeramente. – Pensé que si intentaba entrar los ajos se lo impedirían.
- Espero que sea así porque hemos hecho una auténtica estupidez. ¿No te das cuenta de que no hemos protegido la casa? Si intenta entrar por la puerta nada le detendría. Es más, podría estar perfectamente en el piso de abajo y no nos daríamos cuenta. Piensa que el viejo Ed tiene una inteligencia acumulada superior a lo normal y una capacidad física que sobrepasa la de un hombre corriente.
- Pero oiríamos la puerta, ¿no crees?.
- Yo ya no creo nada. En su diario no nos cuenta muchas cosas acerca de sus capacidades así que no sé a qué atenerme. ¿Sabes? Creo que hemos hecho mal viniendo aquí. Estamos en peligro. Hay una cosa que no hemos pensado y que tal vez pueda costarnos caro.
Ana se acercó a Juan. – ¿El qué? ¿Qué es tan grave?
- ¡El otro vampiro!.
- Shhh, no levantes la voz. Puedes despertar a Miguel y a María.
- El otro vampiro, - repitió Juan en voz baja, - no sabemos si sigue por aquí.
- Oh, bueno, es poco probable. Ha pasado mucho tiempo.
- ¿Qué son veinte o treinta años para esos seres? Pueden vivir eternamente. El tiempo que ha pasado desde lo que cuenta el manuscrito puede que no sea nada para ellos. Además, no es solo eso. ¿Y si el viejo Ed puede hacer lo mismo que el otro vampiro?. ¿Y si es capaz de atraer a la víctima sin que ésta se de cuenta?. Mañana podríamos irnos a nuestras casas mientras uno de nosotros ha sido mordido por él. Estoy deseando que se acabe esto.
- Bueno, si así fuera no estaríamos los dos aquí- dijo Ana.
Los dos se miraron. El chico sonrió. – Espero que todo este lío acabe pronto. Yo..
- ¡Qué ha sido eso!- Ana y Juan se incorporaron de un salto aferrando con una mano los crucifijos de forma instintiva. – La puerta. ¡La han abierto!.
Con las voces de los dos, Miguel y María se despertaron.
- Ha abierto la puerta de abajo, - explicó Ana en un susurro.
- No se oye nada. – Juan se acercó a la escalera.
- No vayas, - rogó Ana.
- Iré contigo- Miguel se puso junto a él.
- No os mováis de aquí, - ordenó Juan. – Vamos a ver si está abajo. Vosotras esperad hasta dentro de cinco minutos. Si no hemos vuelto colocad las ristras de ajos en la escalera. Así no podrá subir.

Los dos amigos bajaron peldaño a peldaño. Juan encabezaba la expedición armado con su crucifijo. Lo llevaba delante de él como si fuera una antorcha. Le sudaba todo el cuerpo. Las manos, la frente. Hasta podía sentir las gotas de sudor cayendo por su espalda. Controla el miedo, se decía, contrólalo o te controlará a ti.

Las luces estaban encendidas. Se quedaron mirando durante más de un minuto. No vieron nada. Juan dio un paso, luego otro, siempre seguido por Miguel. Contrólalo, se repetía una y otra vez. Poco a poco recorrieron el piso inferior y seguía sin haber rastro de nadie.

- Voy a cerrar la puerta- dijo en voz baja. – Se encaminó a la puerta. Además del sudor ahora le temblaban las manos. Consiguió alcanzar el picaporte y tiró de el. La puerta se movió. No había nada detrás de ella. El muchacho respiró. Cerró la puerta y se volvió mirando a Miguel. – Debe haber sido el viento.

Miguel asintió. – Demos un último vistazo.
Entonces, de repente, los chicos oyeron un ruido al pie de la escalera. Sus corazones se aceleraron. Los dos agarraron con toda su fuerza la cruz que llevaban.
- ¿Chicos?- dio una voz temblorosa. – Chicos, ¿estáis ahí?.
- ¡María!- exclamó Miguel. - ¿Qué haces aquí?. Mierda, dijimos que te quedaras con Ana. Nos has dado un susto de muerte.
- Oímos el ruido de la puerta al cerrarse y decidí bajar a ver si os había pasado algo. Lo siento.
- No te preocupes- dijo Juan serenándose. – No ha pasado nada. Simplemente es que esto nos está sacando un poco de nuestras casillas.
- ¿Le habéis visto?.
- No. Ni rastro de él. Debe haber sido el viento. Si no ha sido eso, - Juan se quedó blanco- ¡Ana!.
El muchacho salió corriendo hacia las escaleras y subió con una velocidad endiablada. Cuando llegó al piso de arriba vio la ventana abierta. Se asomó a ella pero no pudo ver más que el reflejo de una sombra deslizándose por la oscuridad.
-¿Dónde está Ana?- preguntó Miguel que acababa de llegar.
- ¡Se la ha llevado! ¡Se la ha llevado! –Juan estaba a punto de llorar de rabia. – Nos ha engañado y hemos caído en su trampa como unos tontos.
- Ana… - dijo María entre sollozos. – Todo por mi culpa. Si no hubiera bajado.
- Es culpa de todos nosotros- Miguel la cogió por los hombros y dejó que se apoyara en él. - ¿Cómo ha podido entrar?. La ventana estaba cerrada y había ajos alrededor.
- Somos imbéciles- exclamó Juan secándose las lágrimas con las mangas. Ha hecho lo que ha querido con nosotros. No ha tenido más que hablar a Ana para hacer que le abriera. Tenemos que salvarla.
- No es tan fácil- dijo Miguel. – No podemos salir de aquí hasta que amanezca y no sabemos…. Si la ha matado.
- ¡Ni se te ocurra decir eso!- Juan parecía a punto de golpear a su amigo. No la ha matado. Si hubiera querido hacer eso no se la habría llevado. Debe habérsela llevado al cementerio. ¡Eso es!. Mañana iremos. Estaremos preparados. Llevaremos lo necesario para matarle.
María seguía llorando sin poder decir nada.
- Para matarle- continuó Juan- no bastará con clavarle una estaca en el corazón. Le cortaremos la cabeza y le pondremos en la boca un manojo de ajos. ¡Oh, cómo hemos podido ser tan estúpidos!.
- Esta bien, -dijo Miguel- iremos cuando amanezca. Si se nos hace de noche sin encontrarla no tendrá salvación.
- No puede ser cierto- balbuceó María- ¿Por qué hemos hecho esto? ¿Por qué teníamos que quedarnos en esta maldita biblioteca?. Ana… ¿por qué?.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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