Hace un mes que estamos de obras en el edificio donde trabajo. Mientras duran estas obras mi sitio está en una sala con 7 personas más.
Una de ellas es una chica de Canarias que se casa dentro de dos meses. Al hablar tiene un acento que me recuerda al mar y como habla bajo, casi en susurros, a veces me parece que escucho el sonido de las olas en la playa.
Ojalá hablara más a menudo. Es muy tímida y apenas he cruzado varias frases con ella.
Ayer hubo un momento en que nos quedamos los dos solos. De repente, rompió su habitual silencio y me dijo: "¿Te puedo hacer una pregunta?". "Sí, claro que sí. Faltaría más". Entonces, entre el vaivén de la marea dijo: "¿Tú eres de Madrid?". Lo dijo como si fuera algo extraño.
Reconozco que no esperaba esa pregunta. "Sí", contesté. Y otra vez rompió la ola en la arena: "¿Y tus padres son también de Madrid?". "Sí, mis padres y mis abuelos. Soy de los pocos madrileños de verdad".
Hubo un pequeño silencio y luego : "Qué extraño. No lo pareces" dijo, y se calló.
Yo ya no sé si era el olor a salitre, el viento o el sonido de las gaviotas, pero no entendía nada. "¿Por qué es extraño?".
"Porque no eres como los demás madrileños. En general, cuando estáis agobiados ponéis cara de mal humor. Y si alguien os interrumpe, la primera mirada es desagradable. Tú por más que trabajas nunca tienes esa cara y siempre sonríes cuando alguien viene a verte".
No dije nada, solo me reí y le di las gracias.
La verdad es que no creo que los madrileños seamos así, pero me gustó saber que me veía de esa forma.
Qué poco necesita uno para ser feliz.
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