martes, 27 de mayo de 2008

Comentarios a la crisis

Hace unos meses me enviaron un correo electrónico en el que se recogía el discurso de algún famoso directivo de empresa del cual no recuerdo el nombre.

En ese discurso se hacía mención a la teoría de la evolución de Darwin:

“En su obra más conocida, Charles Darwin habló de “survival of the fittest”, que podríamos traducir como “supervivencia de los más preparados”. No empleó el atributo más fuertes, como se suele traducir. Porque “fit” no es lo mismo que fuerte. El fuerte se abre paso luchando contra todas las resistencias, mientras que el que se está preparando bien, el que está en forma, supera en la medida de los posible cualquier resistencia con inteligencia y flexibilidad. Hemos aprendido que el tamaño no garantiza el éxito. También sabemos que es importante ser fuertes, pero que esto no basta. Por ello sigue siendo válido lo que he dicho en varias ocasiones y que repito gustosamente en un día memorable como hoy: no sobrevivirán los más grandes o los más fuertes, ni siquiera los más rápidos. Sobrevivirán los más hábiles”.

La verdad es que nunca me ha gustado la teoría de la evolución. Es más, reconozco que guardo la esperanza de que algún día alguien demuestre que es falsa y no se convierta en “ley de la evolución”.

Dejando de lado que la traducción de “survival of the fittest” no es nada sencillo (además de “más preparado” podría traducirse como “el más capacitado” o “el más adaptable”), resulta que en las últimas semanas estoy escuchando y leyendo en algún que otro periódico comparaciones entre esa teoría de la evolución y la actual crisis económica.

Es cierto, muy a mi pesar, que la aplicación de esa teoría puede servir para explicar qué empresas continúan adelante y qué empresas no son capaces de subsistir.

Otra cosa que escucho, sobre todo en los responsables de la dirección de las empresas, es que nadie podía sospechar la llegada de una crisis tan brusca, lo que en definitiva supone creer en la “mala suerte”.

Siempre que oigo algo como eso recuerdo a Maquiavelo que en “El Príncipe” (libro que hay que leer con cuidado) habla “del poder de la fortuna de las cosas humanas y de los medios para oponérsele”:

“A fin de que no se desvanezca nuestro libre albedrío, acepto por cierto que la fortuna sea juez de la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja gobernar la otra mitad, o poco menos. Y la comparo con uno de esos ríos antiguos que cuando se embravecen, inundan las llanuras, derriban los árboles y las casas y arrastran la tierra de un sitio para llevarla a otro; todo el mundo huye delante de ellos, todo el mundo cede a su furor. Y aunque esto sea inevitable, no obsta para que los hombres, en las épocas en que no hay nada que temer, tomen sus precauciones con diques y reparos, de manera que si el río crece otra vez, o tenga que deslizarse por un canal o su fuerza no sea tan desenfrenada ni tan perjudicial. Así sucede con la fortuna, que se manifiesta con todo su poder allí donde no hay virtud preparada para resistirle y dirige sus ímpetus allí donde sabe que no se han hecho diques ni reparos para contenerla. Y si ahora contemplamos a Italia, teatro de estos cambios y punto que los ha engendrado, veremos que es una llanura sin diques ni reparos de ninguna clase”.

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