martes, 16 de junio de 2009

Las comparaciones son odiosas... porque se sale perdiendo

Qué difícil es volver a la rutina diaria después de un fin de semana en la playa.

Para empezar, en vez de levantarte con la suave voz del megáfono del tapicero (que tapiza todo tipo de muebles, incluido tresillos) tienes que escuchar la maldita alarma del teléfono móvil (es lo que uso yo como despertador. Nunca me acostumbré a los despertadores).

Después en vez de desayunar plácidamente unas tostadas con aceite y tomate mientras te acaricia la brisa marina y escuchas al fondo el sonido de las olas, tomas corriendo un café demasiado caliente o demasiado frío mientras terminas de atarte la corbata con la otra mano y al mismo tiempo que terminas de meterte los zapatos.

En lugar de dudar entre ir a la Plya, ir a bañarte a las rocas o dar un paseo en barco, tienes al jefe de turno que no para de mandarte tareas que no quiere hacer o, aún peor, te llama por teléfono alguien que no sabe hacer su trabajo para que lo hagas tú.

Por otra parte, en vez de estar sentado en alguna terraza tomando una coca-cola bien fría o una cerveza (para quien le guste la cerveza, cosa que no entenderé jamás), sigues currando en la oficina deseando que llegue la hora de comer para tener unos minutos de descanso.

Por la tarde… por la tarde mejor no hablar. No hay partida de mus, no hay siesta, no hay escapada al chiringo de la playa para tomar un mojito, no hay paseo por la orilla del mar, no hay excursión a conocer una cala o una playa nueva…

Y por la noche, ya para qué hablar. Te quedas tan cansado del día que no puedes ni pensar en dar una vuelta por ahí, así que como mucho vas a cenar a algún sitio y corriendo a casa para poder dormir y aguantar al día siguiente. En cambio, en la playa, como sabes que mañana por la mañana nadie te obligará a madrugar, te vas aun restaurante del puerto ponerte tibio a base de pescaíto o a enchufarte un caldero o un arroz abanda y después de la cena… lo que se tercie. A intentar hacer todo el mal que te dejen.

Y después de esto… una vez más la pregunta del millón. ¿Por qué coño vivimos en Madrid?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te ha faltado comparar la luz del faro dando vueltas con la del alumbrado público, las estrellas encima del mar con las estrellas que no se pueden ver, la brisa que siempre corre con el calor sofocante... ;)

Silverado dijo...

Eso, y que en la playa si vas a jugar al tenis hace buen tiempo y no te cae el aguacero del siglo.

Ainssss.... con lo bien que se estaba en la playa...