lunes, 11 de mayo de 2009

La boda del Monzón

El sábado hubo boda. Ella dijo sí. Él, también.

Ocurrieron tantas cosas que cada una merecería un post. De momento dejaré un pequeño resumen. Ya me explayaré más adelante.

De lo más remarcable, el calor de mediodía y el calor durante el baile (incrementado exponencialmente gracias al chaqué; Qué poco glamour tiene eso de sudar) que dio paso a una lluvia torrencial (afortunadamente el agua se coordinó con el horario previsto y en ningún momento perjudicó a la fiesta).

Muy divertida la mesa, con el reencuentro de viejos compañeros de colegio, lo que provocó que las conversaciones durante la comida fueran un cúmulo de anécdotas. Pobres los que no se enteraban de nada.

Por cierto, cada vez me gusta más que la comida no sea pantagruélica. Mil veces mejor no terminar saturado de comida. Ah, y el tocino de cielo como postre debería ser de obligado cumplimiento en bodas, bautizos, comuniones y fiestas de guardar.

El baile… raro al principio. Es lo que tienen las bodas de día, que el cuerpo tiene que asumir que le has adelantado unas horas su segunda ración semanal de copichuelas y cachondeo. Lo que pasa es que el cuerpo no es idiota y cuando llega la noche quiere seguir de marcha. Si no, que se lo digan a la camarera de Fraguel.

Para la posteridad dejé un baile en solitario delante del cámara. Yo no quería hacerlo. Lo prometo. No bailaba nadie y el pesao del cámara me enfocaba en primer plano. Y claro… sonaba rock ´n roll...., la pista de baile toda para mí… Digamos que si ese video llega a youtube destrozará mi carrera.

En el lado más banal, hubo espaldas interminables al descubierto (siempre se agradecen), escotes sugerentes (esto se agradece mucho más), piernas eternas, tacones kilométricos, pies descalzos hastiados de tacones kilométricos, sonrisas, risas y unos ojazos de quitar el hipo.
PD: Para quien no lo sepa, la RAE define glamour como "encanto sensual que fascina". Toma ya.

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